Rosario Espinal
Publicado en el periódico Hoy el miércoles 8 de septiembre de 2010
A principios de enero de este año, tuve la oportunidad de visitar las cárceles Najayo-Mujeres y Najayo-Hombres con un grupo de profesores de ciencias políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Najayo-Mujeres pertenece al nuevo modelo penitenciario, bajo el cual, las cárceles se denominan Centros de Corrección y Rehabilitación y las presas le llaman internas. Este modelo funciona bajo las directrices de la Procuraduría General y la Dirección Nacional de Prisiones.
Najayo-Hombres, por el contrario, pertenece al viejo sistema penitenciario que ha sido históricamente administrado por militares.
La diferencia entre estas dos cárceles no es simplemente el sexo que alojan, sino que refleja dos concepciones diferentes de prisiones que ilustra la contradicción que aqueja la sociedad dominicana: el intento de avance social por un lado, y el desastre institucional por otro.
Najayo-Mujeres no es un hotel de lujo, pero es un espacio limpio y ordenado desde la entrada hasta el patio trasero que aloja un criadero de pollos. En su apariencia física, el recinto parece un convento de monjas.
Aunque las internas están privadas de su libertad, hay una sensación de relativa movilidad. Pero además, y esto es fundamental, el centro ofrece distintas actividades que mantienen las mujeres ocupadas: invernaderos para el cultivo de vegetales, producción de huevos y crianza de pollos, panadería y repostería, salón de belleza, un coro y un grupo de teatro.
Antes de llegar al lugar, no sé porqué, pensé que encontraría muchas mujeres de edad avanzada. Pero la mayoría son jóvenes con aspecto de estudiantes universitarias, muchas cumpliendo condenas por actos relacionados con el narcotráfico.
Najayo-hombres espanta. Era enero, cuando el clima tropical se suaviza, y aún así, dentro de la cárcel se sentía como un horno. Las caras de muchos reclusos reflejaban maldad o terror.
Había centenares de hombres aglomerados en un pequeño espacio físico. Mal olor, agresividad, o desconsuelo se sentía al girar la mirada en cualquier dirección. Lucían atolondrados, se movían en un hormiguero, pedían, y nos veían como extraterrestres.
Unos pocos reclusos tienen habitación privada dentro del recinto principal. Otros, los más ricos, ocupan un área especial al lateral. El resto se amontona en un corral asqueroso y pavoroso. Para sobre vivir ahí, hay que aumentar la capacidad de maldad.
Todas las sociedades luchan con el problema de qué hacer con los delincuentes. Dejarlos libres es injusto y altamente riesgoso para la población, y encarcelarlos en condiciones inadecuadas ha probado ser una forma de multiplicar delincuentes.
En la medida que la población con expedientes criminales aumenta en República Dominicana, también aumenta la urgencia de determinar qué hacer con las cárceles.
El viejo sistema apesta. El nuevo apunta en mejor dirección, aunque la rehabilitación nunca pueda estar totalmente garantizada.
De todas maneras, el proceso de renovación de prisiones va muy lento. Apenas 15 ó 20% de los condenados están en centros mejorados, mientras la mayoría permanece en antros de mayor perdición.
El país tiene que avanzar rápidamente hacia un sistema penitencial que funcione como rehabilitador de delincuentes. Si no, la criminalidad en República Dominicana seguirá en aumento hasta alcanzar los niveles aterradores que ya se vislumbran.
Por datos estadísticos sabemos que República Dominicana no es de los países latinoamericanos con mayor nivel de delincuencia. Sin embargo, el país se coloca entre aquellos donde la población se siente más insegura.
La razón fundamental es que el sistema dominicano de justicia, policial y de prisiones no da respuesta adecuada a los problemas de criminalidad que crecen vertiginosamente y desbordan la capacidad de auto-protección de la población.
Enlace al periódico HOY: http://www.hoy.com.do/opiniones/2010/9/8/341063/Najayo-no-es-solo-el-sexo
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